Cuando era pequeña vi un capítulo de Dragon Ball Z que me marcó para siempre; Gokú está peleando con un villano y el cansancio no lo deja más, está a punto de rendirse, entonces le pide ayuda al mundo. Todas las personas levantaron las manos para mandarle toda la energía del planeta. Gokú logró concentrar la energía de cada habitante en una explosión de poder que lo hizo obtener la victoria.
Había pasado una eternidad desde que inicié con el trabajo de parto y yo ya me quedaba dormida entre contracciones, me levantaba solo para escuchar la voz de la ginecóloga y la doula que me daban indicaciones que yo no podía entender. ¿Cómo diablos se sube uno a la contracción? ¿Cómo rayos puede uno fluir y dejarse llevar? ¿Cómo era que eran las respiraciones del curso?
Fue en el momento que sentí que me iba a partir en dos, que recordé el poder de la madre tierra, visualicé un globo terráqueo y agarrada bien fuerte de las piernas del papá pedí por toda la energía y el valor de los habitantes de este mundo. En el grito más vivo que alguna vez pude dar, explotó mi planeta mental al tiempo que mi bebé en una sola contracción decidió nacer.