Se nos olvida que fuimos bebés y eso fomenta que subestimemos la importancia que tiene esta etapa del desarrollo humano. Señor lector, señorita que me lee: usted es el bebé que fue.
No lo recordamos porque el sistema psíquico del hombre es maravilloso, viene con todo y un sistema láser amnésico para blindarnos contra la cagazón de nosotros los adultos, pero no se fíe, todo lo que experimentamos antes y al momento de nacer queda definido en las capas mas profundas del ser y nos acompaña toda la vida.
El momento en el que llegamos al mundo debiera ser venerado, respetado y protegido para asegurar en el neonato que sus primeras impresiones estén llenas de amor, paz, respeto y compasión, que mucha falta hacen hoy en día. La mayoría del tiempo la realidad es otra: madres con miedo a parir, alto índice de cesáreas innecesarias, procedimientos obsoletos y violencia obstetríca.
Imagine usted, venir de un lugar cálido, apacible y lleno de seguridad a un quirófano frío y deslumbrante, siendo además, separado inmediatamente de su único punto de referencia; su madre. Los bebés deberían nacer cuando ellos ya están listos, esperar a estas señales y no agendarlos como citas de peluquero. Del otro lado del binomio las madres son tratadas como un paciente enfermo y anestesiadas de su capacidad poderosa de parir, ese poder que ha estado presente durante miles de años.
Se necesitan más madres informadas y empoderadas, más ginecólogos comprometidos con los nacimientos, pediatras preparados en lactancia para defenderla y salvaguardarla, confiar más en las parteras y doulas. Volver a lo básico.